La segunda cuestión que plantea nuestro Evangelio, es cómo hemos de procurar buscar el Tesoro. ¿De qué manera y con qué espíritu debemos emprender este gran trabajo que es realmente tan inesforzado, si hemos de tener éxito? De nuevo, nuestro texto es completamente claro. Debemos acudir a esta aventura con inspirada candidez, con el espíritu directo y receptivo de un niño, incluso de un bebé. El Reino es invisible para los adultos, como tales. Tenemos que ser lo suficientemente desprejuiciados y atentos como para dejar de lado lo que pensamos que sabemos y comenzar a ver todo de nuevo, como si nunca lo hubiéramos visto antes, y a confiar en lo que encontremos. En esta investigación, nuestra erudición, nuestros sistemas de creencia, nuestras fórmulas religiosas, nuestro (supuesto) sentido común, nuestra intrincada red de opiniones —todas estas cosas son otras tantas capas de cataratas que nos ciegan ante lo que es completamente evidente para el ojo claro del niño. En otras palabras, lo que tenemos que hacer es cambiar conceptos por perceptos, y hacer nuestra fortuna.
La tercera cuestión plantea qué es exactamente eso que estamos buscando. ¿Cómo reconoceremos este Reino cuando lleguemos a su frontera? ¿Cómo estaremos seguros de que es nuestra Patria? ¿Cuál es el clima, la topografía característica, de esta Tierra Prometida? ¿Por qué signos sabremos que hemos descubierto el secreto real de Tomás, y no simplemente alguna noción que tengamos sobre él? Bien, los indicios —metáforas y símiles y descripciones directas— esparcidos por todo nuestro texto, son abundantes, variados, simples, convincentes, y a menudo bellos. Este Querido País nuestro, nuestra Patria, es un lugar de misterio paradójico y profundo, y sin embargo su aire es más claro que la amplia luz del día, y más vasto que el cielo más vasto. De acuerdo con Tomás está vacío, y sin embargo lleno del Todo. Vacío para llenarlo con lo que quiera que acontezca que se ofrece, podríamos decir. Es donde los opuestos —dentro y fuera, arriba y abajo, masculino y femenino (para citar solo unos pocos)— se unen y son uno y lo mismo. Aquí está El no nacido de mujer, a quién ningún ojo ve, ni ningún oído oye ni ninguna mano toca. Aquí está el Ser de todos los seres, que permanece cuando todos los seres se han ido. Aquí está la Quietud en la que se hacen todos los movimientos. Aquí está la Luz dentro del hombre-Luz que ilumina el mundo entero. Así habla el Jesús para nuestro tiempo.
Y ahora usted y yo sabemos con precisión dónde mirar, y con precisión cómo mirar, y con precisión qué hemos de mirar, y solo queda una cosa por hacer —y eso es MIRAR. Usted se mira a Usted Mismo, y yo me miro a Mí Mismo, como si fuera la primera vez. Sí, por favor haga eso en este mismo momento, sin dejar este libro. Atrévase a mirar al lugar mismo que usted ocupa y vea si en realidad está ocupado —atestado de anatomía— O, como dice Jesús, vacío. Vacío, justo ahora, para estas palabras impresas. ¿Por qué no dejar de ser excéntrico y desequilibrado —por no decir loco? ¿Por qué no ser donde solo usted es y dónde usted es el Solo, el único descubridor y el único experto y el único residente en este Lugar de lugares? ¿El Colón solitario de este Mundo-Siempre-Nuevo —el Reino Dentro, su reino?
Jesús tuvo un camino duro. No era una broma estar tan adelantado a su tiempo y lugar. ¿Cómo podemos nosotros enmendarlo? Recuerdo un par de líneas de un himno que nosotros solíamos cantar de niños:
¿Qué podemos hacer por el bien de Jesús
que es tan elevado y bueno y grande?
Bien, hay una cosa que nosotros los adultos podemos hacer ahora mismo, para que su tarea y agonía no sean en vano, y eso es —no creer esta enseñanza suya en Tomás, sino probarla, verificando (o refutando) sinceramente las escrituras por nuestra experiencia en lugar de nuestra experiencia por las escrituras. Por ejemplo, él nos dice:
Si aquellos que os guían os dicen
¡Mirad!, el Reino está en los cielos,
Entonces los pájaros del cielo llegarán
allí antes que vosotros.
Si os dicen
Está en el mar,
Entonces el pez llegará allí antes que vosotros.
Pero el Reino está dentro de vosotros.
Querido lector, si no por amor de Jesús entonces por respeto a él, o por interés en lo que él alega que usted es realmente, o al menos por una mezcla de cortesía y curiosidad, mire y vea si él sabe de lo que está hablando. Ponga sus palabras a prueba llevando a cabo el siguiente simple experimento. Leer solo mis palabras es peor que inútil.
Apunte con su índice arriba al cielo ahora y quizás a los pájaros que vuelan. O, si usted está en casa, apunte arriba al techo y observe que su dedo está apuntando a una cosa u otra, y ciertamente no a la vacuidad que es el Reino. Seguidamente apunte hacia fuera a aquellas colinas y árboles y casas, o a la pared y a la puerta y al mobiliario en el lado opuesto de la habitación, y advierta que usted está apuntando a una colección de objetos distantes. Seguidamente, apunte a la tierra o al suelo. Y después, lentamente y con gran atención a sus pies, después a su regazo, después a su tronco, y advierta como en cada caso, esta cosa que usted llama su dedo está indicando otra cosa, y que hay una distancia entre ellas. Y ciertamente, una vez más, el Reino no es ni una cosa ni está distante de nada: por el contrario, es omniinclusivo. Finalmente apunte a su «cara». Ahora, según la evidencia presente, ¿a qué está apuntando ese dedo?
¿Está apuntando a una cosa más bien pequeña, opaca, coloreada, con textura, en movimiento, compleja y bien perfilada? ¿O a un Vacío que, aunque atestado con todo tipo de cosas y cualidades, es de un tipo completamente único? ¡Vea por usted mismo! ¿No es inmenso, transparente, incoloro y sin textura, sin movimiento, simple, llano en ambos sentidos —y agudamente consciente de sí mismo como todo esto? Ajustándonos a lo que se da ahora, abandonando la imaginación, no introduciendo en la situación nada ajeno a ella, ¿no es usted en este momento Capacidad o Espacio para la escena entera, desde el cielo hasta la Tierra, desde la Tierra hasta los pies, desde los pies hasta el escote —Espacio Consciente para que todo ello acontezca en Él? Yo no estoy en situación de decirle lo que es ser usted en este momento. Solo usted puede decirlo. Por favor, continúe mirando a lo que está apuntando ese dedo, y resuelva, de una vez por todas, su verdad sobre este sujeto esencial —que es usted mismo como Sujeto.
Ciertamente la buena nueva es verdadera, y el Reino está dentro de usted.
En otro dicho de nuestro Evangelio, Jesús se queja tristemente de que los humanos están ebrios, están tan ciegamente ebrios que no pueden ver su Vacuidad. Usted y yo, al menos, nos hemos desembriagado lo suficiente ahora para advertir que nosotros no vivimos dentro de cajas pequeñas, estrechamente ajustadas, oteando por dos pequeños agujeros un mundo distante desde el oscuro y pegajoso interior. No, nosotros estamos fuera, fuera y por todas partes. Nosotros vemos claramente cuán ampliamente abiertos somos, abertura misma, vasta, enorme, que se extiende y abarca el Sol y las estrellas. Cuán refrescante, cuán liberador es no ser ya más una pequeña cosa iluminada, sino, en lugar de ello, la Luz que ilumina todas las cosas en el mundo. Y esta Inmensidad brillante que usted es realmente —¿Cómo podría esto nacer de una madre terrenal, o (lo que es más) nacer en absoluto? ¿Es esto el tipo de cosa que algún empresario de pompas fúnebres podría manejar, o que requiera sus servicios? Usted, que hace tales preguntas, usted es su respuesta. Usted sabe, usted ve, usted es el secreto del Evangelio según Tomás. Lejos de desconcertarnos a usted y a mí con cuentos de hadas, de atiborrarnos de controversia religiosa y propaganda piadosa, nos pide que no creamos nada de palabra. Sino que lo pongamos a prueba, y de inmediato ello cobra un sentido perfecto. Deja al descubierto nuestro esplendor, y nos muestra cómo vivir.
En contra del resurgimiento del fundamentalismo (¡menudo nombre inapropiado!) y la superstición de todo tipo, una gran simplificación está en proceso. Es un movimiento fuera de las formas externas de la religión —de sus observancias mágicas, de sus dogmas tan increíbles como ingeniosos (pero siempre cruelmente divisorios), de la masiva maquinaría eclesiástica que rechina y se atasca —un movimiento, fuera de toda esta ofuscación, hacia la visión beatífica que está en el núcleo de las grandes tradiciones religiosas, hacia el corazón simple y paciente que late vigoroso en todas ellas. He aquí una espiritualidad transparentemente honesta y antisectarista fundada en la experiencia directa en lugar de en el dogma y lo sabido de oídas.
Yo sugiero que no es un accidente que la cueva en Nag Hammadi retuviera su tesoro durante mil setecientos años, y que solo lo entregara cuando hombres y mujeres —en número suficiente para cambiar la historia— hubieran devenido escépticos y suficientemente sobrios como para descifrar su código secreto, revelando lo que es, después de todo, perfectamente evidente. En cualquier caso, gracias en parte al Jesús de Tomás, está deviniendo cada vez más difícil negar que nosotros somos lo opuesto mismo de los pequeños, opacos y no luminosos mortales que parecemos ser.
El secreto está al descubierto. La verdad salvadora es el más abierto de los secretos. El Reino ha llegado, y las gentes están comenzando a notarlo.
Douglas Harding