miércoles, 25 de septiembre de 2013

La cruz nos apunta a Eso que no puede ser crucificado

San Agustín escribió, "Como un novio, Cristo salió de su habitación... Se acercó al lecho nupcial de la cruz, y ahí, montándose en ella, consumó su matrimonio. Y cuando percibió los suspiros de la criatura, se rindió amorosamente al tormento en lugar de su novia, y se unió él por siempre (a ella)."

¿La crucifixión como una celebración de vida? ¿Como un matrimonio? ¿Qué diablos está pasando? 

Cuando despertamos de nuestros sueños de la niñez y dejamos de tomar en forma literal  nuestras metáforas religiosas y espirituales, cuando dejamos de creer que el literal hijo de un literal dios literalmente murió en una cruz literal y después fue literalmente resucitado y literalmente ascendido a un cielo literal, la crucifixión revela su verdad más íntima y profunda: que cuando dejamos de resistirnos al dolor, cuando recordamos aquello que realmente somos como la inmensa, abierta, espaciosa capacidad para todo lo que hay en la vida, cuando recordamos nuestra verdadera identidad como la consciencia misma, entonces, nuestra humanidad, con toda su belleza y desorden y dolores, se ve que es inseparable de lo divino, inseparable de la gracia.

La cruz nos apunta a Eso que no puede ser crucificado, a aquello que somos antes de cualquier historia, a lo que fue Jesús, a la consciencia misma ("Dios"). En este lugar, la novia y el novio, el padre y el hijo, el tiempo y lo atemporal, la dualidad y la no-dualidad, el vacío y la forma, incluso la vida y la muerte son sólo opuestos mentales imaginarios que nadan en un amor y en un silencio y en una plenitud más allá de la comprensión. 

La salvaje tortura de la cruz te succiona hasta su centro infinitamente en paz.

Y así, la crucifixión, entendida en su sentido más profundo, va más allá de la teología e incluso de la psicología y se convierte en esta gran invitación a despertar, a morir a todo aquello que es falso, y en el medio de toda esa devastación, descubrir que eres la vida eterna. Puedes llamarlo la paz de Dios o consciencia o puedes ni siquiera ponerle un nombre, eso no importa porque sólo se trata de metáforas que intentan describir lo que ya eres, previo a toda palabra.

Todos vivimos nuestra propia crucifixión. Todos enfrentamos la ruina, el ridículo, la desesperación y la pérdida de nuestra propia imagen. Morimos como seres separados y renacemos como la consciencia misma y resucitamos con este cuerpo, en este momento, en este lugar, y el círculo de la vida se completa a sí mismo en y como este momento común y corriente.

Nadie puede escaparse de la pruebas que nos pone la vida. Nadie puede escapar del dolor de la humanidad, como enseñó el Buda. La única pregunta que queda es ¿Cómo te estás relacionando con esta existencia? ¿Podríamos "entregarnos amorosamente al tormento"? ¿Podríamos "unirnos eternamente" con nosotros mismos con una paz que rebase todo entendimiento? ¿Podríamos darnos cuenta que la muerte no es algo a lo que debamos temer?

Ya sea que creas literalmente en la crucifixión o no, o que te llames a ti mismo Cristiano, Judío, no-dualista o ateo, no puedes negar el poder simbólico y mitológico que tiene el impacto de la crucifixión, y su importancia como enseñanza universal de profundo despertar en el medio del insoportable dolor, una enseñanza que trasciende la religión misma y le habla a todas las personas, independientemente de su edad o de su formación.

No me etiqueto como Cristiano, pero oculto a plena vista, en el corazón del mensaje Cristiano hay una enseñanza no-dual asombrosamente poderosa de amor incondicional, profunda aceptación y un perdón desgarrador - una enseñanza, por supuesto, que se encuentra en el corazón de todas las otras grandes tradiciones religiosas del mundo. La verdad no puede ser contenida - es como un río salvaje que se desborda por todos lados. Con razón hay tantas religiones en el mundo, tantos sistemas metafóricos, cada uno tratando de expresar la única e inefable verdad de la existencia: que el instrumento de tu tortura, aquello que alguna vez amenazó con destrozar tu espíritu, eventualmente se convierte en tu salvación y te despierta a la vida. Que cuando enfrentamos sin miedo la aparente oscuridad descubrimos que sólo hay luz no dividida. Que la libertad reside no en escapar hacia lo Absoluto sino en afirmar la vida tal y como es - consumando nuestro matrimonio con nuestra humanidad, incluyendo todas las pruebas y tribulaciones.

Somos crucificados y nacidos de nuevo, no mañana, no ayer, sino ahora, en cada uno de nuestros alientos.

¡Felices Pascuas!

Jeff Foster


(Traducido por Tarsila Murguía)

El amor sagrado







El amor no puede ser una emoción, no puede ser un ideal. Una emoción no puede ser sino una sensación psicofísica, un ideal no es más que un conjunto de ideas, de pensamientos. El amor ha de ser, para ser verdadero, la espontánea atracción a la unidad que somos. No estamos separados y por eso no podemos considerar a nada ni a nadie separado, nada está fuera, –de la consciencia- nada es opuesto ni lejano, nada es enemigo. Jesús, según los evangelistas, hablaba a partir de esta comprensión. Decía que había que amar a los enemigos, a los que nos ofenden. Así se rompe el condicionamiento mental de los opuestos, de querer a los buenos y odiar a los malos. Se rompe la dualidad en el amor sagrado, o lo que es lo mismo, al romper la dualidad del pensamiento, por sabiduría irrumpe el amor sagrado.

Consuelo Martín


(Sabiduría en la acción de ediciones Mandala)

miércoles, 11 de septiembre de 2013

El reino de Dios está entre ustedes

Al oír hablar del espacio interior quizás usted se disponga a buscarlo, pero si lo busca como si se tratara de un objeto o una experiencia, no podrá encontrarlo. Ese es el dilema de todas las personas que buscan la realización espiritual o la iluminación. Jesús dijo, "El reino de Dios no vendrá con señales que puedan observarse; tampoco dirán, 'Ha llegado' o 'Aquí está, porque el reino de Dios está entre ustedes".

Cuando no pasamos la vida insatisfechos, preocupados, nerviosos, desesperados o agobiados por otros estados negativos; cuando podemos disfrutar las cosas sencillas como el sonido de la lluvia o del viento; cuando podemos ver la belleza de las nubes deslizándose en el cielo o estar solos sin sentirnos abandonados o sin necesitar el estímulo mental del entretenimiento; cuando podemos tratar a los extraños con verdadera bondad sin esperar nada de ellos, es porque se ha abierto un espacio, aunque sea breve, en medio de ese torrente incesante de pensamientos que es la mente humana. Cuando eso sucede, nos invade una sensación de bienestar, de paz vívida, aunque sutil. La intensidad varía entre una sensación de contento escasamente perceptible y lo que los antiguos sabios de la India llamaron "ananda" (la dicha de Ser). Al haber sido condicionados a prestar atención a la forma únicamente, quizás no podamos notar esa sensación, salvo de manera indirecta. Por ejemplo, hay un elemento común entre la capacidad para ver la belleza, apreciar las cosas sencillas, disfrutar de la soledad o relacionarnos con otras personas con bondad. Ese elemento común es la sensación de tranquilidad, de paz y de estar realmente vivos. Es el telón de fondo invisible sin el cual esas experiencias serían imposibles.

Cada vez que sienta la belleza, la bondad, que reconozca la maravilla de las cosas sencillas de la vida, busque ese telón de fondo interior contra el cual se proyecta esa experiencia. Pero no lo busque como si buscara algo. No podría identificarlo y decir, "Lo tengo", ni comprenderlo o definirlo mentalmente de alguna manera. Es como el cielo sin nubes. No tiene forma. Es espacio; es quietud; es la dulzura del Ser y mucho más que estas palabras, las cuales son apenas una guía. Cuando logre sentirlo directamente en su interior, se profundizará. Así, cuando aprecie algo sencillo, un sonido, una imagen, una textura, cuando vea la belleza, cuando sienta cariño y bondad por otra persona, sienta ese espacio interior de donde proviene y se proyecta esa experiencia.

Desde tiempos inmemoriales, muchos poetas y sabios han observado que la verdadera felicidad (a la que denomino la alegría de Ser) se encuentra en las cosas más sencillas y aparentemente ordinarias. La mayoría de las personas, en su búsqueda incesante de experiencias significativas, se pierden constantemente de lo insignificante, lo cual quizás no tenga nada de insignificante. Nietzsche, el filósofo, en un momento de profunda quietud, escribió: "¡Cuán poco es lo que se necesita para sentir la felicidad! ... Precisamente la cosa más mínima, la cosa más suave, la cosa más liviana, el sonido de la lagartija al deslizarse, un suspiro, una brizna, una mirada, la mayor felicidad está hecha de lo mínimo. Es preciso mantener la quietud".

 
¿Por qué es que la "mayor felicidad" está hecha de "lo mínimo"? Porque la cosa o el suceso no son la causa de la felicidad aunque así lo parezca en un principio. La cosa o el suceso es tan sutil, tan discreto que compone apenas una parte de nuestra conciencia. El resto es espacio interior, es la conciencia misma con la cual no interfiera la forma. El espacio interior, la conciencia y lo que somos realmente en nuestra esencia son la misma cosa. En otras palabras, la forma de las cosas pequeñas deja espacio para el espacio interior. Y es a partir del espacio interior, de la conciencia no condicionada, que emana la verdadera felicidad, la alegría de Ser. Sin embargo, para tomar conciencia de las cosas pequeñas y quedas, es necesario el silencio interior. Se necesita un estado de alerta muy grande. Mantenga la quietud. Mire. Oiga. Esté presente.
Eckhart tolle