viernes, 28 de enero de 2011

Todas las cosas son evidentes para el niño y para el pobre e iletrado


Sorprendentemente pocos Veedores han visto claramente esta multifacética supresión de lo dado, este radical y omnipenetrante autoengaño –equivalente a la ceguera o alucinación histérica– que la sociedad exige como precio para ser miembro de ella. Y por lo que yo sé casi nadie lo ha comprendido en detalle. Yo sospecho que Jesús lo comprendió. (A pesar de la incomprensión de sus discípulos, indicaciones de esto sobreviven en los evangelios. Por ejemplo, él parece haber enseñado que nosotros no entraremos en el reino hasta que, volviendo hacia nosotros la flecha de nuestra atención, seamos lo suficientemente humildes como para devenir como niños pequeños de nuevo, inocentes cuyo ojo es simple y cuyo cuerpo está disuelto en Luz). Huang-po resume así toda la cuestión: «El necio duda de lo que ve, no de lo que piensa; el sabio duda de lo que piensa, no de lo que ve». Él nos conmina: «Observa las
cosas como son, y no prestes atención a las demás gentes». Y William Blake, un verdadero Veedor, tiene estos pasajes: «El que duda de lo que ve nunca creerá, haz lo que te plazca». «No hay ningún límite a la luz en el seno del Hombre para siempre de eternidad en eternidad». «Jesús supone que todas las cosas son evidentes para el
niño y para el pobre e iletrado. Tal es el Evangelio».

Douglas Harding

miércoles, 19 de enero de 2011

Antonio Blay habla de Jesucristo


¿La mediación de Jesucristo es la función redentora?

Me estás pidiendo una interpretación que corresponde a la teología. Bien, yo creo que siempre hay unos seres que hacen un poco de puente, de intermediarios, o que son mensajeros, si lo prefieres, para los que están menos desarrollados y en este sentido supongo que la figura de Jesucristo puede verse como una figura gigantesca, inmensa, en esa función de puente, de delegación, como de una conciencia muy superior encarnada en un ser humano y que sirve de puente para el resto de la humanidad. Ahora bien, en mi opinión personal, esa divinidad todos la tenemos y todos la somos en el fondo. Sólo que él la vivía de un modo plenamente actualizado. Y nosotros somos aprendices en ello.

¿Podemos conectar con el aspecto divino en nosotros?

¡Claro! Todos somos el mismo amor, y eso es lo que dice el prólogo del evangelio de san Juan.

Antonio Blay

domingo, 2 de enero de 2011

Las palabras de Jesús no me parecieron huecas


















Durante toda mi vida había sido un completo ateo. La palabra “espiritualidad” –y con ella, me refiero a las brujas, duendes y demonios- no significaba, para mí, absolutamente nada, y la religión me parecía una solemne tontería. Pero recuerdo que fue precisamente entonces, cuando cogí una Biblia del cajón de la mesilla que había junto a la cama del hospital y, por vez primera, las palabras de Jesús no me parecieron huecas. No me parecieron un absurdo creado por el hombre sino que había, en ellas, algo sobre la Vida Eterna, algo sobre lo valiosa que es la vida y sobre… hummm, bueno, cómo decirlo…, algo sobre el más allá. Y aunque, por aquel entonces, no reconociese de qué se trataba, aquellas palabras despertaron en mí una resonancia muy profunda.
Yo no tuve la menor elección. Ahí comenzó realmente mi búsqueda espiritual. Tenía que descubrir qué era esa resonancia. Y tenía que descubrirlo “fuera de ahí”.

Jeff Foster

sábado, 1 de enero de 2011

El significado de un dibujo de Douglas Harding y Cristo


(En el dibujo se muestra una persona de pie con los brazos abiertos frente a su imagen en el espejo, Luis Granados).

Este dibujo que se muestra a la izquierda puede hacernos ver estos hechos llanos. Muestra una impresión bastante realista de lo que es la crucifixión en el fin del mundo, de cómo se ve el mundo para el crucificado. He aquí nuestro recordatorio soberano de lo que cuesta ser hecho a imagen de Dios. «Yo estoy crucificado con Cristo», dice San Pablo, «yo vivo. Pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí». Quien yo soy realmente, justo aquí, no es otro que el Uno que es el amor mismo. No hay que sorprenderse, entonces, de que no haya ninguna cura para mi angustia personal hasta que la asimile y asuma la angustia de Su mundo.

Douglas Harding